Texto de sala para mi próxima exposición individual en Galería Standard, por Tonino Guitian.21/10/2018 NO HAY PEOR LUJURIA QUE PENSAR
La primera vez que escribí sobre el fotógrafo Raúl Dap fue en un artículo titulado “El ojo del ruzafismo lumbersexual” que ilustré con uno de sus fantásticos ojos solo por el placer de comprobar si la censura llega a todas partes. En este caso no, pues su foto gustó, se publicó y sigue en la red, pero las páginas de Instagram, Facebook y otras aplicaciones siguen cerrando inexorablemente las cuentas donde Raúl expone sus desnudos. Que nuestro mojigato mundo viral no sea capaz de distinguir entre arte y y pornografía de usar y tirar es sin duda un reactivo: convierte la vocación de estas fotos explícitas en un bofetón obsceno al puritanismo vigente; transforma al espectador en un profanador ansioso de lujuria; y coloca a la sala donde expone en peligro de cárcel si no satisface todas las leyes que protegen a los menores de explorar la íntima expresividad de las vaginas y los penes ajenos. Vaginas y penes tan ingenuos e inocentes en el fondo que, a los que sufrimos de refilón los rigores de la moral católica del franquismo, nos sorprende que todavía se quiera machacar nuestro inconsciente con ideas de pecado y culpa por indagar en lo desconocido. Un poema de Wislawa Szymborska, “Unas palabras sobre pornografía”, en su estrofa inicial asegura que “no hay nada más lujurioso que pensar”. La observación, la comparación de formas, descubrirse uno mismo con un espejo o a través de la mirada de otro, entraña siempre sorpresa, extrañeza, curiosidad, perturbación. No existe nada sagrado para los que piensan: llaman las cosas por su nombre y persiguen la verdad desnuda. Entre la poesía y la fotografía existe ese extraño vínculo mental con el que se atrapan imágenes crudas, irrepetibles, impulsivas, lúcidas, a través del cual se lanzan proyectiles que abren heridas o se extienden sobre la piel bálsamos que calman el absurdo cotidiano. La diferencia entre ellas es que el poema nos ofrece una visión propia, mientras que la fotografía nos abre una mirada. Aquí, la mirada es sobre el cuerpo oculto hasta por el pubis. Visión nítida de los órganos que son nuestra fuente de placer, el soplo divino que nos hace humanos en su búsqueda o nos convierte en animales del deseo, buscando respuestas en los ojos de la gente o extinguiendo nuestro deseo en soledad. La mirada que Raúl Dap proyecta sobre el sexo tiene el alma seductora de las mujeres fatales: un algo frívolo a lo que se ha llegado a través de mucho de pensamiento e inspiración. Consigue, no sabemos con qué procedimientos, desnudar a personas de su entorno cercano -que quizás, espectador, ahora tienes a tu lado- con las que establece la complicidad necesaria para crear una imagen rotunda. A veces se trata de una idea teñida de un humor salvaje y refinado, como la figura de un hombre sin sexo estrangulado por una vulva, una vagina con una contranatural vocación vampírica u otra que a su lado ostenta un letrero de tienda donde se lee “empuje”; otras establecen una relación entre la naturaleza física del sexo femenino ante diversas interpretaciones: el refugio de una nave fusiforme, la boca que engulle una proustiana magdalena mojada en leche, el postre coronado por crema Chantilly y coloridos fideos de azúcar ; otras son composiciones donde cada sexo femenino está exhibido, según la intención estética y psicológica del autor, bien en diferentes edades, con el pubis cubierto por una fina capa de arena o depilado y sustituido por varias hileras de finas perlas; algunas retratan diversos momentos íntimos de placer en los que los cobran vida los más mínimos detalles: la edad de la mano que se hunde entre las piernas, el entorno veraniego del hombre que se masturba, las imperceptibles gotas de orina que resbalan por el lóbulo de una oreja, la posición del cuerpo de la mujer que nos hace ser espectadores o protagonistas de su paja. La ley del deseo, aunque posee su propia lógica, tiene siempre algo de anárquico. Todas y cada una de estas imágenes controvertidas plantean un sinfín de preguntas: ¿Soy yo quien mira a ese ojo de cíclope que sale de entre los labios menores o es él quien me observa a mí? ¿Es casual el encuentro con el hombre envasado al vacío o buscó él retratarse en su momento de máximo gozo? ¿Esa mujer babeando con una bola en la boca disfruta, además de por la humillación, de estar siendo observada? El gotelé de la pared detrás de aquella tan elegante con una bolsa en la cabeza, ¿es plateado o me lo estoy imaginando? ¿Qué pasará si un verano reconozco este tatuaje en una piscina, durante una reunión familiar? No lo sabremos hasta que nos detengamos a mirar de frente y con atención. Ni lo podríamos saber nunca si alguien no bajara del árbol prohibido, se acercara a Raúl y permitiera que, por una rendija del objetivo fotográfico, fisgue con su curiosa mirada en sus intimidades y consiga el objetivo de la palabra inspirar: insinuar algo en el corazón de alguien. Autor del texto: Tonino Guitian Badenes, director de escena español, periodista, guionista de radio, escritor y cómico.
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